La madre es el origen de todo. Por esta razón es tan importante saber que lo que va resultar en la vida, va a ser consecuencia del amor ordenado que nos encuentre con ella. Por ejemplo, un éxito personal o una pareja consolidada, la realización en la maternidad, la economía que fluya en abundancia, etc. Cuanto más amor hayamos sido capaces de tomar de ella, más fuerza vamos a tener para ofrecérselo a la vida. Y la vida, como respuesta, nos los devolverá en esa magnitud.
El hecho de que la propia existencia nos devuelve proporcionalmente lo que hemos sido capaces de tomar como amor de nuestra madre, nos revela que es un movimiento espiritual. Con esto no quiero decir que el padre es menos importante, al contrario, ambos están al mismo nivel, pero lo cierto es que la madre llegó primero.
En el alma, la gratitud que tenemos como hijos por ese acto de amor tan sagrado que nuestra madre ha sido capaz de brindarnos, como fue el darnos la vida arriesgando la suya, es inmensa. Nadie más en este mundo es capaz de ofrecer, por amor, un testimonio tan grande, tan sagrado de amor incondicional. Esa es la razón por la cual los hijos, lo reconozcamos o no, amamos tanto a nuestra madre.
Y digo “que lo reconozcamos o no” porque, a veces, desde lo consciente uno tiene una mala relación con la madre, puede rechazarla u odiarla, quizás no conocerla, pero, lo que en lo consciente es rechazo, exclusión u odio, es proporcional al amor que conservamos en nuestra alma. Un amor desordenado, pero amor al fin.
Tomar el amor de la madre es reconocer lo sagrado que ha sido el acto de nuestra madre al darnos la vida y, en esa conciencia más amplia, agradecer incondicionalmente semejante experiencia espiritual como lo ha sido nuestro nacimiento. Es ahí cuando podemos tomar su amor y honrarla.
La honra a la madre es el movimiento más difícil de lograr porque, en el alma, los hijos sabemos acerca de esta experiencia sagrada donde siempre nos vamos a encontrar, por haber dado esa prueba de amor tan incondicional, inconmensurable, más allá de la relación en sí misma.
La honra es un movimiento espiritual que nos da la posibilidad de reconocer a la madre como la grande ante nosotros y junto a ella, toda su grandeza. Porque, por el solo hecho de darnos la vida, siempre, tengamos la edad que tengamos, vamos a ser aunque ya hijos adultos, los pequeños ante ella.
Desde esta concepción sagrada, la honra nos invita a inclinarnos y agradecer y, por ende, a decir sí a todo tal como fue y como es. La honra comienza en una apertura de conciencia cuando somos capaces de quitarle peso a nuestros recuerdos, a nuestras creencias o a lo que nos contaron, a nuestras interpretaciones o aquello que surge como resultado de nuestras implicancias. Y así nos vamos acercando a lo que es esencial: su amor, nuestra vida misma.
Y continúa con un trabajo personal. Cada vez que nos encontramos en estos espacios de lectura o de intercambio, es un paso más hacia la comprensión y la mente comienza a inclinarse ante el corazón.
De esta manera, cada vez que logramos expandir nuestra conciencia y nos dejamos guiar por ella, nos vamos acercando a lo que resulta de nuestro proceso interior: nuestra reverencia, nuestro agradecimiento y la máxima admiración.