Qué significa estar implicado con la madre

Qué significa estar implicado con la madre

En el plano del alma estamos unidos por ciertos lazos invisibles que nos encuentran con aquellos que llegaron antes, con sus experiencias, sus dolores, sus traumas o con sus pérdidas. Estamos implicados con ellos. Esas implicancias a veces nos llevan a tomar lugares que no nos corresponden y a dejar de tomar el propio lugar.

En relación a la madre, es muy frecuente un tipo de implicancia que llamamos parentalización, que es cuando los hijos tomamos el lugar de los que son grandes ante ella; por ejemplo, el lugar de la abuela que no estuvo disponible o que murió cuando nuestra madre era pequeña. Por ese amor que sentimos vamos a tomar esos lugares para ofrecernos al servicio de nuestra madre, y así, el amor desordenado empieza a encontrarnos. Es ahí cuando comenzamos a desarrollar el dar y no el tomar.

Como consecuencia, el hijo le da la espalda a su propia vida por estar implicado, sea consciente o no, y es la vida la que va a traducir esta verdad a través de aquellas relaciones que fluyen o no en su camino. Ese hijo ama tanto a su madre que, por ejemplo, va a empezar a mirar parte de su destino doloroso con la intención de salvarla o de aligerar el peso y descuida su propia vida. En el plano del alma, estas lealtades -que también llamamos amor ciego- no solamente nos pueden costar nuestra realización personal y espiritual sino hasta la vida.

 

Seamos conscientes o no, todos tenemos ese amor hacia nuestra madre y es lo que nos lleva desde muy pequeñitos a hacer promesas inconscientes. Por esas promesas infantiles, si no se realiza un trabajo interior, si a lo largo de la vida no se decide renunciar a la infancia y tomar ese amor para volcarlo en la propia vida y en la vida de todos, no nos permitiremos, por ejemplo, ser más felices o tener una vida más plena que ella.

Cuando somos niños, más que buscar el amor de nuestra madre, vivimos buscando expresárselo a ella (por ejemplo, con dibujitos, con balbuceos o juegos). La fusión que mantuvimos con nuestra madre en su cuerpo durante nueve meses es muy grande; ella respiró y se alimentó por nosotros y se ofreció al servicio de nuestra gestación, nuestro desarrollo y crecimiento.
Es tan grande ese amor que desde muy pequeños no solo necesitamos expresárselo sino que empezamos a construir lealtades para con ella y/o para con alguien de su linaje. Estas lealtades invisibles que nos unen a nuestra madre muchas veces nos llevan a ofrecernos a su servicio, a repetir su destino, a llevar sus dolores, a mirar en el lugar de ella aquello que quizás ella no puede mirar, con la intención de “salvarla” (entre comillas, porque eso no está en nuestras posibilidades).

Esa es la razón por la cual de niños, por amor a ella y en el plano del alma, a través de estas promesas sellamos una lealtad que después nos puede costar la propia realización e incluso, a veces, la vida misma. Y me refiero a la realización en la pareja, en lo económico, en la abundancia, en la salud física, en la relación con los hijos y con la vida misma en aquello que le da sentido de trascendencia al propio andar.

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